miércoles, 9 de enero de 2008

Lo que vendrá...

Aristegui, la censura corporativa
Jenaro Villamil
Proceso

México, D.F., 8 de enero (apro).- Desde el sexenio pasado, la censura tomó argumentos peculiares para justificar los cierres de espacios informativos y de libertad de expresión. La censura contra Carmen Aristegui constituye el caso más ofensivo de este nuevo estilo que tomó carta de naturalización desde el Chiquihuitazo contra Canal 40: la censura corporativa, resultado de una plena identificación entre la tentación de control de la opinión pública por parte del gobierno y los grupos de poder ideológico, empresarial y político y el alto nivel de concentración en los medios electrónicos, el pegamento que explica la impunidad de estos casos.

Un simple repaso por los casos más recientes y emblemáticos nos da el perfil de esta censura corporativa:

1.- “Problemas entre particulares”, afirmaron las autoridades de las secretarías de Comunicaciones y Transportes y Gobernación cuando un comando armado de Televisión Azteca decidió suspender la señal de Canal 40, bajo el pretexto de una deuda de 25 millones de dólares que Javier Moreno Valle no le pagó a Ricardo Salinas Pliego.
“¿Y yo por qué?”, fue la famosa frase de Vicente Fox en enero de 2003 para deslindarse del asunto. La complicidad con Los Pinos era obvia: nadie sin el consentimiento de la fuerza pública llega a cortar la señal de una concesión de un medio electrónico, en franca violación a la Ley General de Vías de Comunicación.
Sorprende que ahora el periodista Ciro Gómez Leyva considere que el Chiquihuitazo no fue un caso de censura. El exconductor de lo que fue uno de los noticiarios más frescos y polémicos de la televisión, ahora se compró el argumento corporativo: fue un problema de deudas, no de cierre de espacios informativos. ¿Ya se olvidó del boicot publicitario de los Legionarios [Legionarios de Cristo] al Canal 40, de la incomodidad de Martha Sahagún con el noticiario, del boicot publicitario? ¿No fue censura que Televisión Azteca se apropiara a la mala de una concesión que no le pertenece?

Más sobre la Legión de Cristo [1][2]

2.-
“Boicot publicitario” acusó José Gutiérrez Vivó, el director y dueño de Monitor cuando interrumpió la señal de su emblemático noticiero radiofónico a mediados del año pasado. En entrevista con Proceso, Gutiérrez Vivó también rememoró una frase que provino del jefe de Comunicación Social de Felipe Calderón, Max Cortázar: “Se les dará publicidad cuando se porten bien”.
Algo similar ha justificado por décadas boicots publicitarios a medios incómodos para el poder como Proceso, Diario de Yucatán, La Jornada o El Norte. Lo singular en el caso de Gutiérrez Vivó fue la acción coordinada de los anunciantes privados y de la publicidad pública, para asfixiar a una estación.
Una y otra vez los efímeros defensores de la libertad de expresión justificaron la salida de Gutiérrez Vivó, argumentando el flanco débil de su caso: son problemas por deudas con Radio Centro, fue un “mal administrador” y, el gran pecado original de este sexenio: le dio “demasiado espacio” a Andrés Manuel López Obrador.

3.- Ahora, el espacio informativo conducido por Carmen Aristegui es cancelado bajo el eufemismo de un “nuevo modelo editorial” que Prisa y Televisa quieren imponer en W Radio y que no compagina con el periodismo que durante cinco años realizó Aristegui, respaldado con credibilidad y altos índices de audiencia.
La explicación de W Radio no deja lugar a dudas de que se trató no de una simple “incompatibilidad editorial”, sino de una incomodidad corporativa de la empresa frente a una periodista que supo hacer su trabajo y ganar un reconocimiento generalizado a su profesionalismo: “La decisión se enmarca dentro de un proceso de renovación, actualización y expansión en el que está inmersa la W, que se refleja también en otros cambios en la parrilla (sic), que hemos realizado en los últimos meses”.

Esos “cambios en la parrilla” [término traído del futbol americano] tuvieron un corolario bastante grave: eliminar el espacio más plural, de mayor rating y que convirtió a la W en un referente noticioso después de años de vivir en el letargo y la superficialidad mediática. Imaginemos la reacción de un periodista como Iñaki Gabilondo, quizá el más emblemático de los noticiarios radiofónicos de Grupo Prisa en España, con un razonamiento similar. ¿Sacrificaría el consorcio editor de El País a su periodista con mayor credibilidad para que respetara un “nuevo modelo de organización y trabajo” y sus “cambios en la parrilla”?.

Para nadie era un secreto la incomodidad y la molestia del gobierno de Calderón, de la jerarquía eclesiástica, de los propios corporativos mediáticos –en especial, de Televisa-- contra Carmen Aristegui. Era incómoda para el establishment porque todo buen periodista es incómodo cuando se dedica a informar lo que la censura quiere que no se ventile. Extraoficialmente, uno de los “pecados” de Aristegui fue haber entrevistado dos veces a López Obrador en un año. En otras palabras, no se unió a una pretensión de uniformidad informativa y de odio acrecentado contra “el peligro para México” que domina en los espacios radiofónicos y televisivos.
El grave problema para quienes buscan reducir la expulsión de Carmen Aristegui a un simple desacuerdo laboral, es que ella cuenta con un capital social enorme del cual carecen Televisa, Prisa y el gobierno de Calderón: la credibilidad. El otro problema es que, a diferencia de los casos de Canal 40 y de Gutiérrez Vivó, Aristegui no es empresaria, ni concesionaria ni tiene intereses corporativos que la vuelvan vulnerable a los pactos corporativos. Es la dueña del único capital que un periodista tiene para defenderse: su trayectoria, su profesionalismo y un carisma que ahora se demuestra en miles de cartas y de correos electrónicos de apoyo y en protesta por su salida.

Si imponerle el silencio a una periodista que sobrevivió a los intereses de estos tiburones mediáticos y a un gobierno incómodo con la crítica no es censura, entonces el cinismo se ha vuelto la moneda de cambio de estos malos tiempos para la libertad de expresión.

Aristegui: despido preventivo

Luis Linares Zapata
La Jornada

El programa radiofónico de Carmen Aristegui en la antigua XEW se colocó, por voluntad propia, en un sitio de obligado quiebre según la lógica del modelo de gobierno vigente. En ese punto coinciden tres diferentes conjuntos de voluminosos intereses y particulares visiones que forman parte integral del poder en México. Los tres contrarios no sólo a mucho de los contenidos, sino también a las orientaciones que la conductora imprimió en su actuación difusiva.
Por un lado, y como segmento primordial, está la actitud entreguista que abrazan con insólita fe y conveniencias el Presidente del oficialismo y sus grandes patronos. Las marcadas carencias de legitimidad de Calderón, aunadas a su pobre desempeño durante el pasado año, lo tornan por demás sensible a las diferentes opiniones, en especial aquéllas con amplia recepción entre el público. En otro de los vértices se apilan los sentires y los negocios del consorcio Televisa. Por experiencia acumulada se sabe que en esa empresa las antipatías para con todos aquellos que no le son fieles hasta la ignominia son argumentos cruciales para evaluar los futuros de personas y programas. Y, por último, la estrategia imperial de las empresas españolas y su gobierno para con los consumidores y usuarios de sus antiguas colonias en América. Una tripleta de masivos intereses frente a una sola mujer, por más que ésta haya mostrado la capacidad operativa suficiente (rating) para atraer, alrededor de sus enfoques, apertura y diversas voces, al amplio auditorio de ciudadanos que le respondió.

A Carmen, sin embargo, no se le despide únicamente por lo que ha hecho, sino, de manera primordial, por lo que podría representar en el próximo futuro, que ya se configura desde los centros decisorios de dentro y fuera del país. Y esto es lo interesante de un movimiento que bien puede ser llamado de acción preventiva empresarial.

El subrayado es cortesía de este blog.

En efecto, sobre la evaluación que se hace de su trayectoria pesan sus propias posturas, enfoques y agenda sobre espinosos temas. Todos ya bien examinados por distintos articulistas y actores de la vida pública. Muchos de los cuales, por no decir que todos ellos, incómodos para las derechas y distanciados de la línea oficial. En ese segmento ideológico y programático, crecientemente conservador y hasta reaccionario, Aristegui hizo muchos enemigos jurados y otros tantos celosos rivales que no podían menos que reaccionar en defensa de sus posiciones y de sus inocultables ambiciones. Al mismo tiempo, y por contraste necesario, se acercó a otro segmento del mercado radiofónico. Uno, muy vasto, que se ha dejado de lado por aquellos afiliados a la oficialidad: el del centro y la izquierda nacionales. Así se da esa confluencia, antes mencionada, que determinó su airosa y digna salida. El costo para con los autores de tan inicua medida preventiva es sustancial. Pero los intereses que se defienden por parte de esas tres fuerzas en movimiento es, también, inmenso: el petróleo y, más ampliamente, el control de los negocios con la energía de México.

La idea, avanzada por Ciro Gómez Leyva en uno de sus condensados artículos, de reducir el asunto a un diferendo entre una conductora y los burócratas que manejan la estación (W), es simplista, por decir lo menos. Si ése fuera el caso, los dos sujetos mencionados por la crítica ya hubieran tenido que dejar esa estación por el daño ocasionado a la imagen y objetivos de sus patrones. A Calderón por inducir su salida a través de su cuñado, aun cuando éste niegue su directa participación. A Televisa por cobrar venganzas indebidas y torpes.
Aristegui no asistió al descomunal acto de fuerza de los concesionarios frente al Senado y sostuvo posturas independientes y diferenciadas en cuanto a la ley de medios, dando cabida a disidentes para informar mejor a la ciudadanía. Y, sobre todo, ha afectado la imagen imperial que tanto las empresas españolas como su gobierno se van labrando y donde Prisa es factor primordial.
La actuación estelar de las empresas españolas en Latinoamérica es un fenómeno de reciente conformación. En Argentina, en Nicaragua, en Venezuela, en Bolivia y Ecuador han dejado una estela de abusos, atropellos y trampas inocultables. Baste recordar la inscripción, como de su propiedad, que Repsol hizo en la bolsa de valores de Nueva York de las reservas de gas bolivianas. Mucho del enfrentamiento entre el rey, Ortega y Chávez obedece a este tipo de fricciones en distintos renglones de negocios.
En realidad, Prisa y sus andanzas difusivas en estas regiones la han convertido no sólo en un agente de sus propios intereses (El País, Santillana), sino en un ariete de respaldo y promoción para la nueva colonización. Actividad que concretan numerosas empresas, en primer término las energéticas, campo donde han concentrado sus ambiciones, aunque no de manera exclusiva. Las telecomunicaciones y la banca son otras de ellas a cual más estratégicas para el futuro desarrollo del país receptor y ante el cual ejercen las debidas presiones, siempre aunadas al oficialismo en turno.
En todas estas actividades empresariales la buena disposición, la simpatía, los intereses cruzados y las complicidades con las autoridades son cruciales. De ahí que mantener relaciones fluidas y aceptadas por las mayorías se convierte en un objetivo trascendente. Varias empresas españolas han incursionado ya en el gas mexicano (Burgos) y otras esperan hacerlo ahora que la administración de Calderón (junto con el priísmo entreguista) abra oportunidades en las diversas áreas de Pemex hasta hoy reservadas para el Estado.
La penetración de los españoles en la Comisión Federal de Electricidad ya es abrumadora (recuérdese la causa eficiente de las inundaciones en Tabasco). Prisa no es ajena a toda la embestida que se dará para forzar la participación del capital privado en Pemex, sobre todo el internacional, donde los españoles, por sus propias e ingentes necesidades, ambicionan una tajada considerable del suculento pastel. Por eso en la XEW, y en el resto de Latinoamérica, han diseñado un ejercicio editorial sometido a sus designios y no permitirán que los conductores tengan independencia alguna. Los que sustituyan a Carmen sabrán a qué atenerse y la audiencia también.
Por eso sale Aristegui de la XEW. A la ya firme audiencia que tenía había que unirle lo que podría adicionarse si, con sus micrófonos abiertos, diera cabida a la inconformidad que sobrevendrá cuando se cambien las reglas constitucionales o se alteren leyes secundarias para la entrega de la joya productiva nacional. Un panorama tan difícil de digerir por el poder, que se opta por esa medida preventiva que, como todos esos experimentos represivos, tendrá sus inevitables consecuencias y, a pesar de todo, un final inesperado.


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